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miércoles, 24 septiembre 2008 ::
¿Son los biocombustibles los responsables del aumento del precio de la comida?
Las críticas contra los biocombustibles han ido subiendo de tono en los últimos meses. Al principio, algunos sectores con intereses encontrados argüían motivos técnicos en su contra. A pesar de los numerosos informes que demostraban lo contrario, se cuestionaba, por ejemplo, su baja eficiencia energética así como el escaso ahorro de gases de efecto invernadero que suponía su uso. Más tarde, los ataques fueron tomando un tinte de mayor calado medioambiental. En este sentido, se afirmó que destruían los acuíferos o que podían causar deforestación. Visto que estas críticas eran contestadas con comodidad por la industria bioenergética, los ataques se radicalizaron aún más, y se optó por acusaciones de gran calado social, asegurando que la producción de biocombustibles elevaba los precios de los alimentos y, en un ejercicio de esperpento, llegando a afirmar que los biocombustibles causaban hambre en el mundo y promovían la esclavitud, en definitiva, que “su uso es un crimen contra la humanidad”.
Debido a la enorme trascendencia social que ha ido adquiriendo este debate, me gustaría dedicar este artículo a mostrar el escaso efecto que tiene la producción de biocombustibles sobre el aumento del precio de los alimentos.
De acuerdo con el índice de The Economist, el precio de las materias primas (energía, metales y alimentos) ha crecido un 170 por ciento desde 2006, siendo el incremento de los alimentos el más significativo: un 190 por ciento. Esto ha coincidido en el tiempo con el debate suscitado en Europa sobre la aprobación de la directiva que exigiría que los biocombustibles tengan una cuota de uso de al menos el 10 por ciento en 2020. Y no se han hecho esperar las voces que acusan a los biocombustibles de ser los causantes de la explosiva subida del precio de los cereales. Curiosamente, el segundo cereal que más ha subido de precio es el arroz, que no se utiliza como materia prima para la fabricación de ningún biocombustible.
Fuente: The Economist
Sabiendo que en un mercado libre, el precio del bien queda establecido por el balance entre la oferta y la demanda, me gustaría analizar qué variaciones de la demanda de cereales son atribuibles a los biocombustibles, cómo se ha visto modificada la oferta y por qué. Para simplificarlo, vamos a particularizar los ejemplos tomando el bioetanol.
La producción mundial de bioetanol para combustible en 2007 fue de 13.100 millones de galones (49.500 millones de litros), aproximadamente un 2,5 por ciento del mercado total de hidrocarburos líquidos[1] , procedente fundamentalmente de cuatro zonas: Estados Unidos, Brasil, Unión Europea y China (maíz).
País
Producción de etanol (millones de galones)
Cereal principal
Estados Unidos
6498,6
Maíz
Brasil
5019,2
Caña de azúcar
UE
570,3
Trigo
China
486,0
Maíz
Resto del mundo
527,6
Varias
Total
13.101,7
Fuente: Renewable Fuels Association
La demanda de maíz en el mundo ha crecido a un ritmo de 15,5 Mt por año entre 1990 y 2007, y la de trigo 4,9 Mt por año. La oferta, sin embargo, ha ido por detrás, ya que se han producido 14,8 Mt anuales de maíz, y 3,2 Mt anuales de trigo. Esto ha provocado que los stocks mundiales de cereal hayan descendido, y, por tanto, que aumenten su precio para ajustarse al estrecho mercado resultante.
Pero el desequilibrio entre la oferta y la demanda no se debe al bioetanol, ya que el cereal destinado a su producción en la temporada 2007/08 supuso menos de un 3,5 por ciento de todo el cereal consumido en el mundo, a lo que hay que descontar un 30 por ciento que se devuelve a la cadena alimentaria con la venta de DDGS, un coproducto del bioetanol con alto valor protéico que sirve de alimento sustitutivo del pienso animal. Además, el incremento frente a la temporada anterior en la demanda de cereal para biocombustibles (19,9 Mt) fue absorbido por un incremento cinco veces superior en la producción.
Tampoco se puede atribuir este desequilibrio a una reducción en las exportaciones de los países productores, ya que, por ejemplo Estados Unidos, principal exportador de maíz, aumentó sus exportaciones de este cereal, y Brasil, hizo lo propio con el azúcar. La Unión Europea (UE), sin embargo, ha disminuido ligeramente sus exportaciones de trigo, aunque dado que el consumo de cereales para etanol en la UE ha supuesto menos del 2 por ciento del total, y que en parte se han usado tierras de barbecho para cultivos energéticos, su contribución al efecto sobre el precio ha sido inapreciable.
Las verdaderas causas del aumento del precio de los cereales vienen tanto de una reducción de la oferta como de un incremento de su demanda, razones completamente ajenas a los biocombustibles, que han producido que el índice de inventario frente a uso, una medida que indica el nivel que hay de excedentes frente a la demanda total, haya marcado un mínimo histórico para los cereales.
Menos oferta y más demanda
La oferta de cereales se ha visto reducida por dos razones fundamentales. En primer lugar, porque han disminuido las superficies de cultivo, en parte por las políticas de los países orientadas a frenar la producción de alimentos, y también por la pérdida de superficie arable de las ex repúblicas soviéticas (más de 23 millones de hectáreas han caído en desuso desde 1990). Y, en segundo lugar, porque la productividad de las tierras también ha descendido, principalmente por una mala climatología y como efecto de los bajos precios históricos que desincentivaban la inversión en innovación tecnológica.
A su vez, la demanda ha aumentado, sobre todo por el cambio de los hábitos alimentarios de los países asiáticos. Este cambio de costumbres ha hecho que se incremente el consumo virtual per cápita de cereal, ya que donde antes una persona se alimentaba de un kilo de arroz diario, ahora lo sustituye por un cuarto de kilo de carne de un animal que ha ingerido cientos de kilos de cereal como alimento durante su crianza. Cada kilo de carne puede requerir hasta 9 kilos de cereal para su producción.
Además, hay efectos puramente económicos, que también han afectado a los precios de los cereales:
La entrada de fondos de inversión en el mercado, cuyo objetivo es aprovechar la volatilidad del precio del cereal para especular con él y que está motivando que los fondos actúen como aceleradores del mercado, incrementando aún más la volatilidad de los productos y sus picos de precio.
La devaluación del dólar, que ha hecho que su valor frente al de las materias primas decrezca, con el efecto aparente del aumento del precio de éstas, ya que su cotización es en dólares.
El incremento del precio del petróleo, que repercute directamente sobre el coste del fertilizante, la siembra, y el transporte del cereal.
A esto hay que sumar otras coyunturas regulatorias, como los incrementos en los aranceles de ciertos países exportadores de cereal y de fertilizantes (Rusia, Argentina o China), y la disminución de los aranceles para la importación en la Unión Europea e India. Todo esto sin olvidar las políticas de comercio internacional protectoras de los países desarrollados que han desincentivado que los países en vías de desarrollo pudieran desarrollar adecuadamente la tecnología agrícola.
Por otro lado, cabe destacar que cualquier pequeño efecto que pudieran tener los biocombustibles sobre el precio de la materia prima afectaría de una manera aún más tenue al precio de los alimentos. Esto se debe a que el precio de la materia prima sólo representa algo menos del 20 por ciento del precio total del alimento elaborado. El 80 por ciento restante corresponde al coste de la mano de obra, empaquetado, transporte, publicidad, energía, depreciación, amortización de deuda, impuestos, o beneficios. De hecho, como hemos señalado más arriba, hay estudios que demuestran que la contribución al encarecimiento de los alimentos del aumento del precio de la gasolina es hasta tres veces mayor que si lo que subiera fuera el precio del maíz. Y a eso hay que añadir el resto de efectos negativos que el aumento del precio del petróleo tiene sobre los países importadores; entre otros, su contribución a la inflación, a la pérdida de competitividad y al desempleo.
La realidad es que los biocombustibles no son el problema y, mientras permitamos que ciertos grupos de interés digan lo contrario, estaremos desaprovechando la oportunidad que suponen para el desarrollo sostenible del mundo. El bioetanol puede ayudar a desarrollar la agricultura en las comunidades menos favorecidas, donde un 70 por ciento de la población depende directamente de la tierra, mediante el desarrollo de cultivos más resistentes y productivos.
Además, dado que se produce con materia prima local, también puede contribuir en los países consumidores de petróleo a asegurar las reservas de combustible frente a inestabilidades en los países productores, a contener el precio del petróleo, a reducir la balanza de pagos y a aumentar la independencia energética. Adicionalmente, desde el punto de vista medioambiental, es la única fuente de energía renovable que puede, en el corto y medio plazo, contribuir a reducir significativamente las emisiones de gases de efecto invernadero.
Y no hay que olvidar el mayor beneficio para el consumidor: en un mercado plenamente desarrollado, como el brasileño, echar bioetanol al coche en lugar de gasolina cuesta la mitad. ¿Quién da más?
[1]Para calcular el porcentaje, se ha tenido en cuenta que la producción mundial de crudo es de 73,7 millones de barriles diarios, o, lo que es lo mismo, 1.130.000 millones de galones al año. Dado que de un galón de crudo se produce aproximadamente 0,47 galones de combustible refinado, ello supone que el mercado mundial anual de hidrocarburos líquidos es de aproximadamente 530.000 millones de galones.
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